Todo empezó por casualidad: ojeando una editorial bien interesante, me topé con un libro titulado: “desde mi ático” que pronto me llamó la atención. En la contraportada, el ingenioso autor se preguntaba cómo es que aún no se había inventado la original, y cabe que algún día plausible idea, de construir una aplicación de móvil que mida el amor romántico con precisión matemática. En menos de una hora, yo y mi móvil realizamos la compra y dos días después lo tenía entre mis manos.

Con una buena dosis de sorna acompañada de un vasto conocimiento de la psique, argumenta que puesto que la oxitocina es la hormona encargada del amor, si la pudiéramos medir con un sofisticado programa informático,  ya no serían necesarias las eternas conversaciones en la lucha por quién quiere más a quién (yo más, no yo más) sino que bastaría con acercar el móvil al  cualquier punto del flujo sanguíneo del ser amado y obtener el resultado instantáneo de cuántos “kilomores” están presentes en cada momento. Aún más: este sería el fin de  las inseguridades y los celos, puesto que gracias a la monitorización de la pareja, esté donde esté, solo hace falta consultar sus estadísticas: si en nuestra ausencia aparece un pico de amor, o bien es infiel o bien está en un intento autoreproductivo.

Obnubilada por semejante idea, y amenazada con la idea de la extinción de los psicólogos de pareja, me pregunté si tal disparate no está tan alejado de la realidad.

Aunque la autoría del “oxitocinómetro” se la debemos al brillante Javier Martinowsky, tal importancia se le concede al móvil que hasta en China han creado el primer carril urbano para Smartphone (que me pregunto quién lleva a quien, si el móvil a su dueño o al contrario).

Tras subirnos al carro de las nuevas tecnologías, el apego por este revolucionario aparato, ha llegado a convertirse en lo que los expertos llaman: movilfibia o nomofobia, esto es, la adicción obsesiva del que lo mira continuamente y el miedo desmedido a no estar conectado con él. Suena a una especie de melodrama romántico digno de una historia de amor incondicional, ese que está disponible en cualquier momento, complaciendo cualquier deseo (excluyendo los carnales, claro) con  la voz aterciopelada de Siri.

No me malinterpreten, sé que hablamos de extremos, pero hay que reconocerlo: en esta   nueva era todo cambia y por si no eres de la generación del “yo y mi móvil”, te lo explico desde cero con valores de fábrica:

Las conversaciones: de WhatsApp. Los abrazos de emoticono. El orden con gestor de contenidos. Lo apetecible con descargas. Lo constante con fondo de pantalla. Lo prescindible con mensajes. Las preguntas a Wikipedia. Los vínculos con enlaces. Para quedar: por ubicación. Ya no se lleva lo de abrir el corazón sino la bandeja de entrada. El consumo se mide en datos, la memoria en tarjetas sd, las imágenes en megapíxeles, la música en politonos.

Si me quieres ayudar échame un cable, porque ya no estamos de bajón sino bajos de batería y así nos tocamos con las teclas de ángulos rectos, nos recordamos con alarmas, nos protegemos con funda y nos comunicamos con estados.

Psicólogos Cáceres. Terapia online y presencial. Tratamiento de adicción al móvil. Dra. Aurora Gardeta.