Sin darnos cuentas emitimos inferencias acerca de los demás sin ni siquiera mediar palabra con ellos.

¿Cómo es posible?

El lenguaje corporal es la clave. Los sociólogos llevan años estudiando sus implicaciones comprobando que nos influye de manera constante en nuestro día a día. Decisiones tales como a quien contratamos, a quien invitamos a salir, qué persona nos da confianza o de quien nos alejaremos están condicionadas por el impacto que el lenguaje no verbal tiene en nosotros.

Un ejemplo de ello lo revela Nalini Ambady de la universidad de Tufts en una investigación en la que un grupo de personas tenían que observar un video mudo de 30 segundos de interacciones reales entre médico-paciente. Los resultados fueron concluyentes: las valoraciones que hacen acerca de la amabilidad del doctor puede predecir si ese médico va a ser demandado sin tener información acerca de la competencia del profesional.

Otro ejemplo: Alex Todorov de Princenton mostró que los juicios sobre la cara de los candidatos a las elecciones del senado o congreso predice el 70% de los resultados obtenidos.

Pero… no solo influye en las estimaciones que hacemos sobre los demás. También podemos observar este fenómeno en nosotros mismos.

¿Qué repercusión que tiene?

Podemos verlo en las expresiones de poder y dominio. Si nos fijamos en el reino animal, en el caso de los primates, el macho dominante tiene una corporalidad expansiva tomando el espacio, esto es, literalmente: se abre.

Lo mismo que hacemos los humanos cuando nos sentimos poderosos: observen el gesto más común entre los deportistas cuando cruzan la línea de meta ganando la competición: brazos extendidos hacia arriba por encima de la cabeza en forma de V como señal de victoria. Un gesto que se repite en todos los países con independencia de la cultura o la norma social. Más aún: incluso las personas invidentes lo hacen en el mismo caso lo que sugiere que se trata de un comportamiento innato.

Y al contrario: ¿qué hacemos cuando nos sentimos impotentes, abatidos o desanimados? Nos encojemos, nos cerramos, nos hacemos pequeños.

¿Pero qué ocurre cuando estamos al lado de otra persona?

En vez de producirse un proceso de imitación, la tendencia es a complementar los gestos del que tenemos enfrente: sin darnos cuenta, cuando la persona que está a nuestro lado tiene un gesto de poder tendemos a cerrarnos (a hacernos más pequeños) y al revés.

Pero quizás el resultado más sorprendente lo vemos en:

La influencia que podemos ejercer de forma consciente sobre nuestras emociones si manipulamos, aunque sea de forma fingida nuestra corporalidad: Dana Carney y Amy Cuddy han comprobado cómo nuestro comportamiento social y la forma de sentirnos cambia si forzamos una corporalidad acorde con la posición que queremos proyectar de nosotros.

Psicóloga en Cáceres. Aurora Gardeta. Terapia online y presencial.