La infidelidad es ese acto de “trasgresión”, tan prohibido como practicado,  cuyo poder es tal que con su presencia una sola vez puede arrebatarle todo a una pareja: su relación, su felicidad, su identidad y sus sueños.

Existe desde que el mundo es mundo, pero al igual que pasa con la sociedad y puesto que es inherente a la vida en ella, viene sufriendo transformaciones: cuando el matrimonio era un acuerdo económico, el adulterio era donde se buscaba el amor. Ahora el matrimonio es la expresión del amor y la infidelidad la amenaza que lo pone en riesgo.

Las paredes de la consulta contienen infinidad de relatos acerca de su presencia y sus devastadoras consecuencias: la mayor parte de las veces, la ruptura sentimental. Pero esa no es su única implicación.

Mi paciente “x”, tras descubrir que su marido le fue infiel durante meses  sufre, pero no solo por el engaño y la deslealtad. Sufre porque se han tambaleado todos los cimientos de su autoestima amenazada por la incomprensión: “si parecía que todo iba bien, ¿tan poco me ha querido? Ya no sé qué creer. Cómo no me di cuenta. ¿Qué hice mal?”

Nos cuesta comprender los entresijos de la infidelidad porque incluso hasta para definirla aún no se ha encontrado un criterio unánime: ¿la infidelidad se resume en tener sexo con otra persona? Y tener sentimientos sin sexo, ¿es menos grave? ¿chatear con un desconocido es infidelidad? ¿el sexo virtual cuenta? ¿y la pornografía?.

Más allá de dónde se marque la línea divisoria el tema es que cuando aparece lo primero que uno se pregunta es ¿dónde está la carencia? ¿qué faltaba en la relación? Como si no existiera en las parejas felices, y eso, es reducir demasiado.

Llegados a este punto, de nuevo nos encontramos con esquemas que vienen cambiando con el paso de los años, como es el  ambicioso  proyecto del amor.

El terreno de la pareja se ha convertido en un ideal romántico complejo de abarcar en el que se vuelca una lista interminable de necesidades: “tiene que ser mi mejor amigo, mi mejor confidente, mi mejor amante, mi par intelectual, y yo la única, la irremplazable, la indispensable”.

A la vez, vivimos en una era en la que reclamamos el derecho a cumplir todos nuestros deseos. Una cultura en la que se busca la “plenitud” por encima de todo: antes nos separábamos porque éramos infelices, ahora nos separamos porque creemos poder ser más felices.

Mi paciente “Y”, lleva años casada con su marido con el que tiene dos hijos a los que adora. Lo quiere y no pretende herirle pero mantiene una doble vida con otro hombre al que no ama. Cada día teme que llegue el momento de ser descubierta pero no es capaz de renunciar a su “affaire”.  Esta vez la historia contada desde el otro lado: no le mueve una carencia sino una asignatura pendiente.  Desde pequeña hace aquello que se espera de ella: buena hija, buena madre, buena esposa. Ahora, a sus 54 años tiene deseos de retomar la adolescencia rebelde que nunca tuvo, la vitalidad y la intensidad sexual. No se trata de lo que le da o le falta a su marido sino de recuperar partes perdidas de ella misma.

Y es que la infidelidad no tiene por qué ser necesariamente una forma de alejarse de la pareja. A veces simplemente es una forma de acercarse así mismo.

Psicóloga en Cáceres. Aurora Gardeta. Terapia online y presencial.