Cuando la gente escucha la palabra psicópata suelen imaginarse el retrato de asesinos, violadores, estafadores, ladrones, personas violentas, quizás con apariencia aterradora y fácilmente identificables…. Pues nada más lejos de la realidad: algunos hombres malos (con los que convivimos en nuestro día a día sin darnos cuenta) están “disfrazados” de hombres buenos. Y es que resulta que existe un porcentaje importante de personalidades psicopáticas que se alejan mucho del prototipo más conocido y temido por la sociedad, pero que hacen un daño a la altura de las bestias más despiadadas.

Su perfil es el de personas encantadoras, seductores sin precedente ni competencia, y este es su gran camuflaje. No tienen apariencia monstruosa ni perversa, ni están en la cárcel, ni han cometido crímenes de sangre, sino que ponen sus estrategias al servicio de manipular a los que tienen delante.

Están perfectamente integrados en la sociedad y suelen alcanzar la cúspide en las organizaciones en las que se insertan (empresas, política, administraciones públicas) puesto que uno de sus objetivos es el de alcanzar la máxima cota de poder posible en el menor tiempo, tengan que pasar por encima de quien sea.

Puesto que no tienen sentimientos, emoción ni conciencia moral y la mayoría de las personas si lo tienen, pasan desapercibidos sin que los demás se den cuenta que en realidad no son como los demás: sus sentimientos son ficticios, imitan las reacciones emocionales de su alrededor para no ser descubiertos y aprenden rápido.

Tienen una alta estima, confían ciegamente en sus capacidades y consiguen que los demás lo hagan también generando sentimientos de admiración en los que les rodean.

En cuanto a lo que a relaciones sentimentales se refiere, eligen a su amante o pareja como con la única pretensión de conseguir que la otra persona se enamore para satisfacer sus anhelos narcisistas de control y poder. Empiezan su cortejo haciendo sentir a la otra persona absolutamente especial y única en su vida. Las colman de halagos y una vez caen en la trampa, ya no les interesa seguir el juego porque han ganado. Es en ese momento empieza el maltrato psicológico.

Su comportamiento cambia: poco a poco dejan de ser amables y atentos (ya se han aburrido) y cuando su pareja se extraña del cambio les hacen creer que sus ideas son absurdas, que todo sigue igual, que les está asfixiando, en definitiva, el mensaje es: la culpa es tuya. Y cuando perciben que la pareja empieza a alejarse, vuelve a repetir el círculo: les dan ilusiones (vamos al ir al cine, a pasar un fin de semana juntos, a hacer un viaje) y cuando ellas piensan que vuelve a ser el de antes, desparecen en el último momento con cualquier excusa. Crean planes y expectativas con la pretensión de  posteriormente destruirlas y hacer daño.

Son parásitos emocionales aprovechándose del amor, del dinero o de la confianza de sus víctimas para obtener lo que quieren. Enganchan a personas ingenuas, bondadosas, que dan segundas oportunidades, que no creen que haya gente mala y por tanto, personas que no tienen barreras. Ven a sus víctimas como un reto y una vez se demuestran que pueden conseguirlo y que ya no queda nada de ellas porque la han devastado, buscan a la siguiente para seguir la diversión.

Saben perfectamente del daño que causan pero no sienten malestar, inquietud o remordimiento alguno. La mayor parte de las víctimas no son conscientes de que su pareja es un psicópata, sino que suelen pensar que tienen un problema de pareja: de celos, de comunicación, de encaje afectivo, pero no los identifican. Cuando ya se dan cuenta es cuando están devastadas: obsesionadas con él, preguntándose el porqué de lo que sucede, las destruyen emocional y personalmente, llegando incluso al suicidio.

Si en sus vidas se cruzan con un psicópata: ¡no se detenga, huya!: no se les puede cambiar, no pueden ser mejores personas, incluso hay quien afirma que no sirve ni la terapia porque aprenden más estrategias de manipulación.

Psicóloga en Cáceres y Salamanca. Aurora Gardeta.