Hay relatos alegres que basados en el amor y la admiración tienen la misma capacidad que otro desgarrador de hacernos derramar esas lágrimas que salen sin esfuerzo, ellas solas, como si tuvieran vida propia, adornadas de sonrisas que se tuercen por el esfuerzo de mantener la compostura. ¡Pero qué lágrimas más contagiosas y bienvenidas!.
Detrás de esas gotas cargadas de emoción están los ojos de un padre que siempre ocupó la figura de autoridad, recta y disciplinada, fuerte y contundente pero que dejó el lugar de los afectos a la madre delicada y comprensiva.
Este padre, acude a consulta en silencio con el objetivo de conectar con su hija, cada día menos adolescente, a la que por primera vez en mucho tiempo se plantea decirle cuánto la quiere, sin disimulos ni excusas. Sin que medie una broma, ironía o similar que oculte tras un escudo el enorme corazón deseoso de tener su espacio.
Me pregunto qué tendrán esas palabras que tantas veces se dan por sabidas perdiéndose en nuestra mente sin ser dichas aunque creamos que los demás las dan por hechas y sin embargo cuánto resuenan en los oídos del que las escuchan.
Cuando ese padre nombraba a su hija el brillo que alumbraba su rostro era digno de mención: cuánto amor alberga y que poca salida tuvo a lo largo de los años.
Reescribir las etiquetas familiares no siempre es tarea fácil porque tendemos a estimar la repetición de los patrones del pasado, a creer que si nuestro padre fue frío, seguirá siéndolo en el futuro.
Es posible que esa joven guarde algún que otro reproche hacia él pero también tengo la certeza de que si deja ver a su hija al menos la mitad del orgullo que siente por ella, como apareció en esa sesión protagonizada por sonrisas y lágrimas, con tal baño de ternura que las voces se quebraban al contacto con el aire, puede generar una experiencia emocional correctiva.
Psicóloga en Cáceres. Aurora Gardeta. Terapia familiar. Tratamiento presencial y online.
Deja tu comentario