Entremezclado en un relato de vida como tantos otros, una persona que es el fiel retrato de la sinceridad, cuenta una anécdota de lo cotidiano: alguien ha ensalzado el valor de su amistad con ella por su abierta y valiente honestidad.

Aparentemente nada tendría que sorprender sino fuera porque la protagonista de tal anécdota, aun considerándola una virtud, expresa su cualidad como SINCERICIDIO.

Creo que sobran las palabras para explicar la intención de tal ingeniosa contracción gramatical, pero ¿por qué considerar la sinceridad como un despropósito?.

Antes de empezar quizás sea necesario matizar los formatos en los que su antónimo, la mentira, puede presentarse: por un lado, como un hecho o dato inventado (este parece más condenable); por otro, como una exageración de la verdad (esto ya es más sutil) y por último, como una ocultación u omisión de la verdad (ya podemos respirar).

Lo que nos lleva directos a otro tipo de categoría según su propósito: la mentira como un instrumento social y/o personal. ¿Les parece algo egoísta? Pues bien,  aquí llega la trampa. Y es que no solo mentimos por beneficio propio (conseguir un objetivo, una imagen social, manipular, dañar, autoengañarnos) sino que también lo hacemos para “proteger a los demás”  cuando decimos “verdades a medias” o “mentiras piadosas”. Así resulta más amable el hallazgo que Pamela Meyer descubre en su estudio: mentimos entre 10 y 200 veces al día. Y es que la mentira es un mecanismo de protección de la autoestima propia y ajena.

¿Quieren saber otro dato? Cuando acabamos de conocer a alguien, según Robert Feldman, el profesor de psicología de la Universidad de Massachusetts, mentimos entre 2 y 3 veces en los primeros 10 minutos.

Parece por tanto, que tratándose de una conducta tan frecuente y extendida socialmente, la verdad en todas sus connotaciones, queda relegada prácticamente al anonimato y aquel que se atreva a reclamarlo, puede terminar convirtiéndose en un SINCERICIDA.

A M.E.P.Gracias por tu elocuencia y suerte en tu camino.

Psicóloga en Cáceres. Aurora Gardeta Gómez