Desde el momento en el que adquirimos el lenguaje, son las palabras que pensamos o emitimos las que nos sostienen en un mundo hablado. Analizamos las experiencias, etiquetamos a las personas y configuramos nuestros recuerdos en función de categorías lingüísticas o calificativos: bueno-malo, agradable-desagradable.

Y en función de cómo sean éstas (nuestras expresiones), así serán nuestros sentimientos, que de nuevo se clasifican con palabras, en las que encontramos las llamadas emociones primarias: cólera, alegría, miedo, tristeza y las secundarias: amor, sorpresa, vergüenza, aversión.

Pero no solo tienen una repercusión en cómo nos sentimos y reaccionamos a un acontecimiento, sino que también configuran y modifican nuestro cerebro.

Cada vez que pensamos o hablamos se estimulan en el cerebro nuestras neuronas. Entre ellas hay un espacio vacío llamado hendiduras sinápticas que se conectan a través de un químico, agrupándose para disminuir la distancia que tienen que salvar. Así se reorganizan sus conexiones.

Si nos quejamos con frecuencia, el cerebro se habitúa a esta disposición, tendiendo a generar conexiones cada vez más estables entre neuronas que transmiten información “negativa”, que a su vez forjan conexiones con recuerdos  asociados al mismo contenido (situaciones desagradables o tristes).

De manera que la queja configura nuestra mente para que seamos más negativos, liberando la hormona del estrés: la cortisona. Como consecuencia de ello, nuestro aprendizaje, memoria y procesamiento de las situaciones se ven influidas por sesgos perceptivos que terminan debilitando nuestro sistema inmunológico, aumentando la presión arterial e incrementando el riesgo de padecer otras enfermedades.

Una forma de evitarlo es “forzando” a nuestro cerebro a establecer otras conexiones, utilizando un lenguaje más positivo (siempre que sea posible) o simplemente neutral, dejando a un lado el criticismo, catastrofismo o negativismo implicado en las quejas.

Otra estrategia sería la de rodearnos de personas alegres y positivas. En nuestro cerebro existen las llamadas neuronas espejo, por las que reaccionamos con una especie de contagio emocional (empático) de los estados anímicos de otras personas. Esa resonancia positiva debilita la negatividad y ayuda a superarla.

Psicóloga en Cáceres y Salamanca. Aurora Gardeta.