El término comúnmente llamado psicología inversa, se refiere a lo que en el argot profesional llamamos: intención paradójica, esto es, cuando hacemos una cosa para provocar un efecto en sentido contrario. Me refiero a una actividad trampa desarrollada por nuestra psique por la cual, cuando nos damos un “mandato” la mente ejecuta la opuesta, y este saber acerca del funcionamiento de nuestra mente “rebelde” nos ayuda en muchas ocasionas a elaborar estrategias para resolver problemas, aunque no debamos usarlas sin la previa prescripción de un profesional.

Un ejemplo de ello lo encontramos en la reacción más generalizada frente a las situaciones de angustia, nerviosismo o rubor (supongamos cuando tenemos que hablar en público, o enfrentarnos a un jefe, o hablar de una cuestión incómoda). Cuanto más pretendemos NO estar de tal manera (nerviosos, angustiados o ruborizados) lo que ocurre es que precisamente lo potenciamos. Vemos un ejemplo muy claro: ¿alguna vez ha tenido ganas de reírse en una situación inapropiada (en una clase, frente a una discusión entre dos personas, o peor aún, en un entierro? Seguramente lo ha vivido. Y ¿qué ha sucedido cuando se ha dicho a sí mismo: ¡Ni se te ocurra reírte ahora!,? ¿sus ganas de reír, han aumentado o disminuido? Para la inmensa mayoría es la primera opción.

Otro ejemplo: cuando tenemos dificultades para dormir, cada vez que nos vamos a la cama (que nos decimos a nosotros mismos: es hora de descansar) se nos abren los ojos como platos y no hay manera, mientras que cuando estamos en el salón de nuestra casa viendo la televisión (y por tanto, no pretendemos dormir), somos capaces de caer en un sueño profundo.

Así que si lo que pretendemos es NO hacer algo, más vale NO decirnos que NO.

Una de las técnicas que se han desarrollado a partir de este supuesto (la intención paradójica) se aplica a la gestión de conflictos con los hijos cuando los castigos ya no funcionan y el comportamiento disruptivo sigue presente: la llamada técnica del caramelo. Esto es, darle un caramelo al niño cuando se porte mal y decirle: muy bien hijo, así me gusta, que te portes como un niño pequeño.

Lo mismo que nos ocurre con la técnica llamada “hora de preocuparse” para precisamente combatir las preocupaciones. Puesto que sabemos que es imposible que nuestra mente atienda la petición de NO te preocupes, deja ya de pensar, cuando algo nos atormenta en todo momento, se recomienda el uso de un tiempo dedicado precisamente a pensar, durante una hora en las preocupaciones. Algo así como una forma de sobre-saturarnos de aquello que queremos evitar para conseguir nuestro objetivo. Como podría sucedernos con nuestra comida favorita: si la ingerimos mañana, tarde y noche, y al día siguiente otra vez, y al siguiente de nuevo, y al otro… terminamos “aborreciéndolo”. Pues esta misma lógica nos ayuda a “aborrecer” hasta nuestras propias preocupaciones, consiguiendo el fin que queríamos haciendo lo contrario a lo esperable.

Psicóloga en Cáceres. Aurora Gardeta Gómez.