Las personas caprichosas se definen como aquellas que reclaman que sus deseos sean satisfechos de inmediato, con independencia de la necesidad o utilidad de los mismos, que con frecuencia suele ser escasa o nula. El egoísmo a la hora de buscar su realización y la falta de empatía con el resto de personas que pueden verse perjudicadas por sus decisiones, es otro de los componentes incómodos que les representa.

Mantienen un paralelismo con cualidades infantiles de la personalidad, es decir, con los niños: máximos representantes de lo que en psicología llamamos pensamiento egocéntrico, que cuando aparece en la clínica del  adulto  dista de lo esperable para esa etapa evolutiva y se aleja de lo normativo.

Son incapaces de distinguir lo primordial de lo prescindible, y su inconsistencia se hace presente en sus relaciones, razonamientos y anhelos, pudiendo cambiar abruptamente sin lógica alguna puesto que los objetivos en su vida no están definidos y por tanto, saltan con facilidad de unas cuestiones a otras.

Resulta de la combinación de dos factores: por un lado, este compendio de características de personalidad entrañada en una dificultad para gestionar los deseos (y renunciar a ellos) y por otro, un bagaje social/familiar de apoyo que contribuye a su mantenimiento con el consentimiento de sus comportamientos.

A pesar de que siempre que hablamos de rasgos de personalidad, el proceso de cambio suele requerir de un trabajo profundo y liderado por un profesional, basándonos en su definición, podemos plantear su antagónico como receta de superación en la que incluiríamos: establecer prioridades jerarquizándolas, aprender a distinguir lo superficial de lo importante, analizar el porqué  de los deseos bajo el razonamiento lógico, preguntarse por la necesidad/utilidad de cada uno de ellos ponderando sus consecuencias (para uno mismo y para los demás) . Demorar la consecución de los objetivos y establecer renuncias. Y si además añadimos el apoyo del entorno (de los seres queridos), las estrategias irían en la línea de poner límites, evitando reforzar sus flaquezas, responsabilizándolos de sus actos y alentándolos a seguir su progreso confiando en su capacidad para reponerse  de la frustración.

A todos aquellos que reconocéis entre estos párrafos a una persona caprichosa, un consejo: si le quieres, no le protejas. Así le haces más débil.

 

Psicóloga en Cáceres y Salamanca. Aurora Gardeta