Ver juntos a dos buenos amigos es como observar dos piezas de un puzzle que encajan perfectamente: se ríen de las mismas cosas, se entienden al mirarse, captan el estado de ánimo del otro y se predicen para actuar en consecuencia a través de actos reflejos: se consuelan en los momentos de tristeza y se mimetizan en los momentos divertidos.
A diferencia de otras relaciones menos profundas (conocidos o simplemente colegas) su compenetración es tal que la comunicación entre ambos no requiere aclaraciones: las bromas se captan y dan lugar a otras creando un flujo de interacción recíproca: los amigos se memorizan.
Este conjunto de acciones y reacciones tienen lugar sin ningún esfuerzo y sin que medie el razonamiento lógico: es pura química. Y esto ha sido comprobado en estudios en los que detectan cómo los cerebros de los amigos se activan de la misma forma en cuanto a la atención, distracción, aburrimiento, y procesan de forma similar las recompensas.
Pero la investigación sobre la amistad ha querido ir un paso más allá y dar la vuelta a los hallazgos: analizando el funcionamiento cerebral de dos personas que no se conocen, ¿podemos predecir que se hagan amigos con más facilidad? De ser así sería un gran paso para posibles agencias de contactos de amigos. Aunque esta pregunta todavía no se ha podido responder, al menos han averiguado algo que hace que valoremos de manera positiva a una persona.
Lo que descubre un estudio reciente de la universidad autónoma de Barcelona junto con la de Norheastern (EEUU) es que cuando alguien es capaz de acertar qué expresión facial pondremos frente a una situación concreta, se valora de manera más positiva a esa persona. Y es que al cerebro le gusta “que le demos la razón” y no nos conformamos con la información que nos llega sino que tenemos la necesidad de predecir qué va a pasar antes de que suceda y el que los demás sean capaces de hacer bien esa predicción sobre nosotros suma un punto a favor de la compenetración.
Psicólogos Cáceres. Aurora Gardeta. Terapia presencial y online.
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