Queremos ser buenos, honestos, amables, altruistas, humildes, comedidos… pero nos cuesta aceptar que detrás de nuestras virtudes también se esconden las sombras: la avaricia, la lujuria, la ira, la soberbia, la pereza, la gula y la envidia: los siete pecados capitales. Todos presentes en nosotros en mayor o menor medida, y todos tan responsables de patologías como de mecanismos de avance.
Por ejemplo la ira es un sentimiento primario que nos advierte de aquello de lo que nos tenemos que alejar. Es la señal de alarma que detecta lo que va en contra de nuestros intereses, o lo que pone en riesgo nuestro bienestar y el que aparezca la ira nos mueve a la defensa legítima de nosotros mismos. Necesaria para nuestra protección y a la vez expresión de la dificultad para tolerar la frustración, que aparece en personas coléricas, y que en su vertiente extrema puede convertirse en un trastorno límite de la personalidad o explosivo intermitente, o trastorno desafiante.
La lujuria y la gula, primas hermanas en cuanto su elemento común, esto es, la inclinación exacerbada hacia los placeres de los sentidos, pero diferentes en cuanto a su objeto: la sexualidad y la comida. La perspectiva enfermiza: el espectro de las perversiones sexuales o los trastornos alimenticios.
Para entender la parte útil necesariamente se requiere de un ejercicio de abstracción: el ansia inherente a la lujuria y a la gula (y aquí podemos incluir la avaricia) son expresiones de inconformismo en el sentido de la búsqueda de la abundancia. La necesidad de saciedad (fuera de su aspecto literal de comida, sexo o riquezas) es el motor que nos impulsa a dar un paso más: es la ambición que nos lleva a superarnos.
Tal vez compartiendo ese espacio simbólico encontremos en la envidia, entendida como el anhelo de lo que el otro tiene y a mí me falta, de nuevo una vía de progreso que nos mueve al cambio, al esforzarnos por conseguir la siguiente meta. Pero que en su forma dañina conduce a la insana rivalidad y a la destrucción del otro que posee lo que reclamo y que se cuela en el trastorno histriónico o en la celotipia.
Y probablemente la joya de la corona que señala a nuestro ego, agente de seguridad y reafirmación y pero también responsable de grandes inseguridades que conecta con la soberbia. Estimarnos por encima de las capacidades de los demás es en parte un lastre en las relaciones sociales, un rasgo detestable que en su extremo clínico adquiere la forma el trastorno narcisista de la personalidad, pero a la vez es en cierta dosis necesaria para la configuración de un autoconcepto robusto.
Si nos creernos capaces de resultar ganadores en una hipotética competición frente a nuestros iguales, aunque ésta no tenga lugar, nos sentimos reconfortados, fuertes y seguros. Ya sea desde el punto de vista emocional (creer que en nuestro grupo de amigos somos más valorados que el resto o que alguno de nuestros atributos sobresalen frente a los demás) desde lo sentimental (creer que somos más válidas para nuestra pareja que el resto de mujeres) o en el ámbito laboral (creer que somos mejores candidatos a un puesto que el resto de postulantes o que somos mejores que otro profesionales de nuestra misma categoría).
Psicóloga en Cáceres Dra. Aurora Gardeta Gómez. Terapia online y presencial.
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