Pasamos gran parte del día hablando con nosotros mismos, y lógicamente lo hacemos en primera persona. Sabemos además que en función de cómo nos hablemos así nos sentimos. Pues bien, investigadores de la Universidad de Michigan en Estados Unidos han descubierto que cuando estamos frente a una situación difícil o tenemos un recuerdo doloroso, el hablarnos en tercera persona reduce el impacto de las emociones asociadas a ese pensamiento.

Para comprobarlo, realizan dos experimentos: en el primero, los sujetos experimentales contemplan imágenes amenazantes (un hombre apuntándoles con una pistola) mientras registran su actividad cerebral con un electroencefalograma, descubriendo cómo la actividad asociada a las emociones disminuye drásticamente en apenas un segundo cuando se refieren a ellos en tercera persona.

En el segundo, los participantes relatan experiencias dolorosas de su pasado mientras les realizan una resonancia magnética, llegando al mismo resultado: la masa gris asociada a las emociones disminuye significativamente su actividad cuando se expresan en tercera persona en comparación con la primera persona.

La lógica del estudio no es otra que la de forzarnos, a través del discurso, a posicionarnos simbólicamente en un punto de vista externo, hablándonos como si viéramos el acontecimiento desde fuera como meros observadores en vez de como protagonistas, para  aportarnos una perspectiva mayor y por tanto una distancia emocional.

Lo que nos explicaría el por qué en ocasiones somos más capaces de aconsejar a nuestros seres queridos cuando se enfrentan a un problema y sin embargo no resultamos tan competentes cuando se trata de nosotros.

Esta fórmula, con mucha probabilidad va a contribuir al desarrollo de nuevas técnicas psicológicas y supondrá un cambio en algunas estrategias tradicionales utilizadas hasta el momento, con es el caso de las auto-instrucciones empleadas en la psicología cognitiva.

Psicóloga en Cáceres. Aurora Gardeta