Todo ocurrió en esos minutos que trascurren en el probador de una tienda un día cualquiera. Entre trapos y espejos, sin pretenderlo, escuché una conversación entre madre e hija que versaba sobre la búsqueda de un  atuendo adecuado. El diálogo que se generó entre ellas fue algo así:

–     Es que no tengo claro cómo queda, no sé qué hacer.

–      Yo diría que te queda bien, porque no te hace las arrugas que habitualmente te salen  en esa zona.

–      Pero ¿no es muy parecido a otro de mis pantalones?

–     Si, pero ese pantalón ya está muy desgastado y es el momento de cambiarlo.

–      No sé cuál de los dos coger. Es que ahora no me acuerdo qué color me pega más con las cosas que tengo.

–      ¿Por qué no te coges los dos, lo ves tranquilamente en casa y luego decides?

–       ¿Pero y si luego no me gusta?

–       No te preocupes, con el ticket puedes venir a cambiarlo y te devuelven el dinero.

Aunque fueron más intercambios de ideas los que se sucedieron, todos siguieron la misma tónica de este resumen. Seguramente la interacción les resulte de lo más normal a no ser por un pequeño detalle que no especifiqué: es la madre la que dudaba constantemente y la hija quien resolvía cada una de sus inseguridades. Es más, cuando nos cruzamos al salir del habitáculo, pude comprobar cómo la hija no era más que una adolescente cuando por su voz y contundencia habría intuido que se trataba de una adulta.

En ese momento pensé que quizás era un caso más de crecimiento ascendente, es decir, jóvenes que maduran antes de tiempo, reaccionando como adultos y con frecuencia pendientes de protegerlos. Lo esperable sin embargo para su momento vital sería que sucediera al contrario y fueran los adultos quienes calmaran sus incertidumbres y ellos solo tuvieran que preocuparse de disfrutar y desarrollarse.

A veces los roles en la familia se invierten y la inmadurez se coloca del lado equivocado en la figura del adulto, dejando ese hueco libre para ser ocupado por los miembros más pequeños. Así nos encontramos muchos casos donde el paciente en realidad debería ser el padre o la madre y sin embargo a quien vemos en consulta es al hijo consciente de su carga.

Pero como todas las monedas tiene su cara y su cruz: seguramente esa niña grande del hoy se convertirá en una adulta autónoma, robusta y decidida en el mañana, autoexigente pero resuelta.

Psicóloga en Cáceres. Terapia familiar. Tratamiento online y presencial. Aurora Gardeta.