Hace menos de dos semanas la noticia de la muerte de Noa conmocionó a la opinión pública. Primero se habló de eutanasia aunque poco después rectificaron diciendo que fue ella quien dejó de comer y de beber.

A pesar de su corta edad, Noa Pothoven había atravesado varios horrores: víctima de abusos sexuales a los 11 y 12 años, violada a los 14 por dos hombres. A partir de entonces sufría de anorexia. Tuvo constantes ingresos hospitalarios, incluso involuntarios por dictamen de un juez que la obligó a permanecer inmovilizada y aislada para evitar que se lesionase.

Tras varios intentos de suicidio pidió la eutanasia, sin embargo se la negaron.

Noa estaba decidida a acabar con su vida como finalmente hizo, pero ¿habría sido más digno en su caso morir sin dolor asistida por los médicos? Este es uno de varios dilemas morales que su caso suscita.

La eutanasia se reconoce legalmente en Holanda para enfermedades sin curación o padecimientos insufribles y aquí entramos en otro dilema moral. Cuando se trata de valorar el carácter irreversible de un padecimiento es más posible medir las secuelas en el cuerpo de una enfermedad médica que las heridas en el alma que los traumas emocionales generan.

En el terreno psíquico es complicado pronunciarse acerca de cuándo un padecimiento muy grave es o no irreversible, por tanto ¿hay mayor justificación para avalar la muerte asistida en un caso de enfermedad médica que en uno de trastorno mental? Si Noa siguiese viva, ¿podría haberse curado de su dolor?

Recuerdo un paciente muy querido (afortunadamente vivo y feliz en la actualidad), que estando al borde del suicidio argumentaba que su sufrimiento no era menos lícito que el de una persona tetrapléjica porque no hay dolores de primera y  segunda categoría y que si mucha gente comprendió cómo Ramón Sampedro quiso morir, ¿por qué a él todo el mundo trataba de convencerle de no sentirse desdichado porque su problema fuese emocional?.

Cuando desestimaron la eutanasia de Noa, uno de los argumentos esgrimidos fue que con 16 años era muy joven para morir, lo que nos plantea otro dilema: ¿a qué edad se entiende que existe un criterio suficiente para decidir sobre la vida de uno mismo?

Sabemos que la lógica no la aporta tanto la edad como la madurez mental porque aunque acumulemos experiencias, no todas contribuyen a nuestro desarrollo y hay personas que no adquieren ese desarrollo por más experiencias que acumulen.

Noa de hecho vivió situaciones que muchos adultos nunca atravesarán y al contrario, Noa no vivió una pubertad o adolescencia que otros adultos si vivieron.

En su mensaje de despedida decía que respiraba sin estar viva y al final parece que en este delicado debate se cuestiona la pregunta más desgarradora ¿ES LA VIDA UN DERECHO O UNA OBLIGACIÓN?.

Nota: ninguna de las reflexiones anteriormente expuestas implican un juicio de valor a favor o en contra del suicidio asistido. Solo planteo preguntas para las que no tengo respuestas.

Psicóloga en Cáceres. Terapia online y presencial. Dra. Aurora Gardeta Gómez.