1. Cuando el dolor limita.
Supongamos una persona tímida le cuesta relacionarse con personas nuevas pero se sobrepone. Se trataría simplemente de una característica de personalidad. Sin embargo, si esa timidez limita la vida y deja de hacer cosas para evitar enfrentarse a esa situación, pasamos a considerarlo una fobia social como un problema que requiere de tratamiento.
2. Cuando no se encuentra una solución a un problema
Hay un problema identificado, por ejemplo un conflicto con un compañero de trabajo, la pareja, un amigo, y tras varios intentos por resolverlo, no encuentra una forma de enfocarlo que le resulte útil.
3. Cuando el dolor es desproporcionado
Si no existe una correlación entre el sufrimiento y la causa que lo genera, es decir, la preocupación es mucho mayor de lo esperado para ese conflicto. Lo que coloquialmente se conoce como hacer una montaña de un grano de arena.
4. Cuando no se sabe qué ocurre
Simplemente la persona sufre (se siente triste, angustiada, etc) sin que haya una causa aparente que genere el malestar.
5. Cuando el dolor duele mucho
Todos tenemos una capacidad en mayor o menor grado para sostener las dificultades que se nos plantean en la vida (lo que llamamos resiliencia). Pero hay ocasiones en las que esa incomodidad es mayor de lo que podemos soportar. Llegados a ese punto es el momento de pedir ayuda.
6. Querer mejorar en la vida
Aunque no exista un problema concreto que condicione o afecte, se busca la terapia como una forma de mejorar las relaciones, emociones y comportamientos, lo que hace tiempo denominé terapia de inteligencia para la vida (https://goo.gl/HCMNa4).
Psicóloga en Cáceres y Salamanca. Aurora Gardeta.
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