Tardamos hasta 3 años en adquirir algo de competencia en el lenguaje oral, 5 en la lecto- escritura pero ¿cuánto tardamos en aprender a comunicarnos?  Aunque el lenguaje verbal sea un requisito imprescindible, no es suficiente porque  comunicar es mucho más que hablar. Es de hecho una de las asignaturas pendientes del sistema educativo que trata de compensarse con una vasta literatura  sobre el tema.

Entre las recomendaciones más frecuentes sobre cómo es una buena comunicación encontramos consejos del tipo: mirar a los ojos del interlocutor, asentir con la cabeza, sonreír o parafrasear las últimas ideas expuestas en señal de escucha activa.

Sin ánimos de desestimar la importancia que estas u otras estrategias puedan tener, lo cierto es que si queremos comunicarnos el primer paso a tener en cuenta no es el de aparentar que se escucha sino escuchar verdaderamente, y una vez lo hacemos, ya no es necesario simularlo porque el otro lo va a percibir.

Y escuchar implica partir de la creencia de que uno tiene algo que aprender, dejando a un lado el propio yo, es decir, apartar las creencias políticas, religiosas, morales… que uno tiene para atender a las del interlocutor. Si uno solo pretende dar opiniones sin opción a réplica, sin debate ni crecimiento, eso no es comunicación, es un monólogo.

Y dejar de lado el propio yo significa llegar al segundo paso: no ser dogmático. Abrir la mente a un punto de vista diferente es una clave necesaria para que tenga lugar la comunicación, por mucho que no se compartan las perspectivas.

Una conversación no es una oportunidad para reafirmarse en sus cualidades, ni se trata de demostrar cuánto sabe uno ni tampoco convencer a los demás. Es un baile que se establece por turnos de protagonismo y si ambos toman el mando a la vez, se pisarán continuamente.

Pero también en este baile es necesario darle un espacio a la pareja para que nos muestre su coreografía y una forma de conseguirlo es (tercer paso) hacer las preguntas abiertas para NO DIRIGIR SU DISCURSO cambiando el, por ejemplo: ¿debió afectarte mucho esa situación? por el ¿cómo te sentiste?

Hay que saber ceder el testigo y recogerlo cuando sea el momento. Lo que nos lleva al cuarto paso:

No utilizar tu propia experiencia en el turno de la otra persona. Si alguien te habla de una pérdida, no le hables de tu propia pérdida. Si te cuentan una situación en el trabajo, no irrumpas con la tuya. No es igual, nunca lo es.

Lo que sugiere un quinto paso: se trata de ESTAR, con letras mayúsculas y a todos los niveles. Y si uno está en el discurso del otro, no está a una conversación de móvil, ni pensando en la lista de la compra, ni pendiente de quien entra en la sala, ni en lo que a uno le sucedió ayer.  Aunque resulte obvio, la mayoría de las veces no estamos en el lugar y el momento presente sino en el resto de lugares del pasado o del futuro. Un hábito extendido y poco saludable para nuestra mente y nuestras relaciones.

Y cuando llegue el momento de hablar: quinto paso: evitar el exceso de detalles. Datos superfluos como la fecha, hora, día, lugar, suelen resultar tediosos e incluso dificultar la comprensión por la bifurcación de ideas. Saber resumir y exponer aquello que es importante es una habilidad tan necesaria como deseable.

Psicóloga en Cáceres. Aurora Gardeta. Terapia online y presencial.