Uno de los factores que más influyen en nuestra angustia son los pensamientos intrusivos, esto es, pensamientos que se acumulan en forma de preocupaciones y que están en continuo movimiento enturbiando cada una de las vivencias.

Una vez aparecen, nuestra mente pone en funcionamiento un mecanismo defensivo: tratando de arrojar lo más lejos posible esa rumiación para evitar sufrir. Sin embargo, así como sucede con los boomergan, cuanta más fuerza empleemos para lanzar fuera ese pensamiento, con más fuerza se vuelve contra nosotros. De ahí que el esfuerzo por no pensar sea en vano y contraproducente.

Los pensamientos, así como los sentimientos, necesitan ser elaborados pero el problema está en que alcanzan grandes velocidades y no nos da tiempo a realizar su gestión. Cuando tratamos de aplacar uno, se nos cruza otro sin que hayamos conseguido ordenar el primero, y así se van uno tras otro acumulando en lo que llamamos: ruido mental nocivo.

Con lo cual el primer paso para combatirlos debe ser el de ralentizarlos. Puesto que nuestra velocidad al escribir es mucho más lenta que al pensar, el plasmarlos en un papel es la primera fórmula. Sin embargo el acto exclusivo de enumerarlos no es suficiente. Necesitamos buscar una solución para cada uno de ellos, que sería el segundo paso. Y la manera de hacerlo es con una brainstorming (o lluvia de ideas), apuntando todas aquellas opciones que se nos ocurran sin filtros, para llegar al tercer paso: identificar cuál de nuestras propuestas empeoran el problema y cuales nos ayudan a mejorarlo, para por último y cuarto punto, iniciar la primera aportación para el cambio, por pequeña que parezca.

Psicóloga en Cáceres. Aurora Gardeta.