Así empieza esta historia, con un chico demasiado mayor  para ser un niño, demasiado joven para ser un hombre.

Un niño que vive con miedo a perder a su madre, pero que esconde un miedo aún mayor: la culpa por esa muerte anunciada  que dentro, muy dentro de sí desea con tal de abandonar el dolor que cada día le amenaza. No siempre es un consuelo mirar a nuestro interior de frente, pero más difícil es huir de los monstruos que tememos.

Una historia de cuentos sin hadas ni madrastras, sin buenos ni malos, donde un príncipe es bondadoso aunque  decida matar a su prometida para poder reinar.

Donde un padre de dos hijas enfermas, que antes repudió al boticario, luego le pide ayuda. ¿Sería capaz ese padre de renunciar a sus valores para salvarlas? Entonces él ya no tenía salvación. En este cuento, como en otros, la elección no es simple y es que muchas veces toca decidir entre la opción que duele y la que menos duele.

Tratándose de enfrentar la muerte no sirven teorías de la justicia, ni lógica freudiana que valga. Hay duelos que desvanecen ideales,  duelos de un amor inalcanzable, duelos que carecen de sustitución y que resistimos afrontar consumidos por nuestro monstruo.

Nos cuesta aceptar que podemos perder ganando,  que reímos de tristeza, que corremos con los tobillos magullados, pero no se lo escondas a tu monstruo, él sabe la verdad que ocultas.

Este también es un cuento para los mayores que un día fueron niños, y que imaginaron en sus sueños finales felices. Había brujas malvadas que acaban desterradas, pero ¿imaginaron princesas que mordían la manzana?

Lo que nos queda es cómo afrontamos la vida y la muerte, que en el mejor de los casos nos enseña  a entender que el monstruo más aterrador en la realidad es el que solo vive en el pensamiento.

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Psicóloga en Cáceres y Salamanca. Aurora Gardeta.