Como ocurre con todos los llamados “trastornos afectivos”, la depresión tiene múltiples explicaciones y otros tantos tipos de tratamiento. Probablemente porque todo lo que roza lo humano, en su absoluta complejidad, resulta tan diverso como las personas que lo sufren. Sin embargo el esfuerzo de las escuelas psicológicas por aunar criterios de “sanación” puede resultar útil para un primer acercamiento, tal y como han hecho desde el paradigma congnitivo-conductual con el tratamiento de autocontrol de Rehm.

Lo que es común para todos, quizás lo que no requiere de explicación: la presencia de la tristeza como el acompañante incómodo, que desde  este modelo es entendido como un desequilibrio entre el saldo de recompensas y castigos. Es decir, la depresión aparece cuando la conducta de la persona no revierte estimulaciones positivas, o bien porque no sabe gestionar la realidad o bien porque falta autocontrol. Partiendo de estas premisas, elaboran la intervención terapéutica atendiendo a tres componentes en los que aparecen sesgos perceptivos: automonitorización, autoevaluación y autorefuerzo.

El primero se refiere a la tendencia de las personas con depresión a focalizar la atención en las consecuencias negativas de sus actos, que se trabaja en la fase de auto-observación, haciendo un registro de las experiencias agradables que hasta el momento pasaban desapercibidas.

El segundo componente de auto-evaluación, se encarga de modular las  expectativas y metas elevadas que les conducen a sensaciones de impotencia y frustración, para por último, obtener el auto-refuerzo, aprendiendo a identificar de manera más realista las aspiraciones y objetivos que se van marcando.

Psicóloga en Cáceres y Salamanca. Aurora Gardeta.