Pre-ocuparse es el paso previo a ocuparse de un problema, es el momento de reconocer que tenemos una situación incómoda, que nos pone en la línea de salida hacia el paso siguiente: abordar lo que nos ocupa. Ahora bien, cuando nuestra mente está tan llena de pre-ocupaciones que sobrepasa nuestra capacidad de afrontamiento, nos desgasta y nos dificulta la búsqueda de soluciones, es el momento de actuar. Hay más, cuando las preocupaciones son tantas  y tan irracionales  como las que sufen los obsesivos, se recomienda utilizar una técnica sencilla:

 

LA HORA DE PREOCUPARSE.

Primero empezamos por su justificación: si te digo en este momento “no pienses en cuánto dinero te queda para acabar el mes” ¿qué vas a hacer?.

Con mucha probabilidad pensar precisamente en aquello que pretendes apartar de tu mente. Es muy difícil decirnos a nosotros mismos “no te preocupes por…” pero si podemos decirnos: “preocúpate, pero ahora no. A las 8 de la tarde es mi hora para preocuparme”.  Así empieza la consigna de la hora de preocuparse, demorando el momento de pensar en aquello que nos atormenta. Al igual que sucede con un fumador que quiere dejar el tabaco, le resulta mucho más fácil pensar  “aunque tengo ganas de fumar, voy a esperar un rato” que decirse a sí mismo “olvídate del cigarrillo”.

Seguimos por su razonamiento basado en cómo funciona nuestra mente. Sabemos que de manera inconsciente, cuando algo nos hace sufrir, nuestros mecanismos defensivos intentan apartar nuestra atención del tema para protegernos. Ahora bien, los pensamientos necesitan ser elaborados (al menos pensados), y se comportan como un bumerang: cuanta más fuerza utilicemos para alejarlo, con más fuerza vuelve contra nosotros. Por tanto, la hora de preocuparse nos permite dedicar un tiempo más que suficiente y de manera exclusiva a esa preocupación para que no se vuelva en contra.

Efecto de encapsulamiento: cuando nos “atacan” las preocupaciones de forma masiva, no entienden de tiempos: estamos trabajando,  viendo una película, hablando con un amigo o leyendo un libro. Es decir, están con nosotros la mayor parte del tiempo. Con la hora de preocuparnos, aunque sigamos pensando en los problemas, al menos encapsulamos el momento a una hora al día.

Efecto de habituación: nuestros sentidos se habitúan a la exposición repetida. Así como sucede cuando entramos en una habitación que tiene un mal olor: si nos quedamos un rato dentro, dejaremos de percibirlo. Lo mismo ocurre con nuestros pensamientos. Si cuando te asalta la preocupación la evitas (siguiendo la analogía, sales de la habitación) la próxima vez que te encuentres ese pensamiento volverá a impactarte (cuando vuelvas a entrar en la habitación volverá a olerte mal). Sin embargo, exponernos durante una hora a las preocupaciones ayuda a desensibilizarnos del impacto emocional que nos genera.

Efecto de saciación: piensa por un momento en tu comida favorita. Ahora imagina que es lo que vas a desayunar, a comer y a cenar los próximos 5 días.  Seguramente al tercero ya estás más que “saciado” del plato y no quieras ni verlo. Pues bien, ponernos delante de un pensamiento, a consciencia, una y otra vez, ir a buscarlo en nuestra hora de preocuparnos (no como él hacía que venía en cualquier momento sin ser invitado) puede generar un rechazo que desvanezca la necesidad de pensar en él.

Intención paradójica: a veces la mente nos hace trampas y cuanto más deseo tenemos de hacer algo mayor complicación nos encontramos. Así como sucede con las personas que tienen dificultad para dormir, basta que se queden en el salón viendo la tele, sin intención de dormir, para que caigan en un profundo sueño, y al contrario. En el mismo momento de meterse en la cama para tratar de conciliar el sueño, más activación sienten. Con la hora de preocuparse (en ocasiones) ocurre algo parecido. Llegada la hora de ponerse a pensar en aquello que le perturba, aparece la intención paradójica: parece haberse desvanecido.

 

Psicóloga en Cáceres y Salamanca. Aurora Gardeta.