Todo empezó un domingo cualquiera. Entre risas y copas de vino, cuatro amigos como personajes,  un salón como escenario, y una conversación desenfadada e informal como argumento. Cada uno con su traje se encargaba de confeccionar la imagen más amable de sí mismo:   el saber, a saber, con bermudas de camuflaje y camiseta de alguna marca con apellidos biensonantes de la provincia “marciana”,  representando el papel protagonista de gran parte de los actos.

El resto nos dividíamos entre la observación, la aprobación o el entusiasmo, con el único objetivo de seguir amenizando la representación que nos incluía a todos los presentes; cuando… nadie sabe cómo ni con qué pretexto, se baja el telón, y el actor principal se inquieta por el silencio de los espectadores, tras hacer alarde de su vasto conocimiento del Lynk Pardinus. Esta vez sus comentarios no tuvieron resonancia.

Hay algo de la condición humana que nos empuja a ocupar lugares en los que sentirnos mirados, admirados y destacables, y cuando la experiencia nos coloca en un lugar secundario nos resistimos a aceptar el anonimato. Y es que un siglo no es suficiente para digerir lo que Freud llamó la triple ofensa, o  dicho de otra manera: las 3 heridas narcisistas del hombre.

Habiéndonos considerado seres únicos, viene Darwin a sacudirnos, obligándonos a reconocer que compartimos origen con los animales… peor aún, ¡con el mono!. La primera afrenta biológica.

Pero no solo nos creíamos procedentes de un ser divino, sino que también pensábamos estar en el centro del universo, hasta que Copérnico formula la afrenta cosmológica: la Tierra es un lugar alejado e insignificante en la inmensidad y el Sol no gira a nuestro alrededor.

Y si no había sido suficiente, llega el psicoanálisis y remata: el hombre que se creía capaz de controlar sus impulsos, consciente y racional, ignora pensamientos que escapan al dominio de su voluntad y permanecen impertérritos ante la contradicción lógica, lo que bautizó como Inconsciente.

Como dijo el filósofo Shaeffer, así se consumió el fin de la excepción humana, así que rindiéndome a la evidencia científica, en este  teatro de la vida en el que siempre fui y seré joven e indocumentada,  me proclamo abiertamente ignorante frente a los ilustrados que con su conocimiento reclaman los lugares del saber.

Psicóloga en Cáceres y Salamanca. Aurora Gardeta.