Durante los últimos tiempos, se ha puesto de moda la llamada “psicología positiva” por la que se demanda un esfuerzo de optimismo desmesurado frente a cualquier situación penosa, que a veces genera el resultado contrario al esperado.

Cuántas personas dan testimonio de sufrimientos para los que no encuentran comprensión, para los que no se permite la queja frente a ese imperativo categórico que se cuela entre frases manidas como todo tiene un lado positivo o de todo se sale.

Cuántas veces se tapona la necesidad de desahogo del que narra su historia por la propia intolerancia al sufrimiento de quien la escucha, sin percatarse que esa actitud, precisamente es la que más sufrimiento genera.

A veces la búsqueda de lo positivo es un imposible deseable pero irreal, un camino sin salida. Entonces es preferible tomar conciencia de que las opciones con las que se cuenta no son la buena o la mala sino la mala y la menos mala.

Y llegados a este punto nos encontramos con que la tiranía del optimismo agrava doblemente el sentimiento de dolor cuando uno no es capaz de desprenderse de él: uno, sufriendo por aquello que  hace daño y dos, sufriendo por no poder soltar el dolor.

La trampa del pensamiento positivo se esfuerza por anular una realidad que a veces es triste, y desechar por tanto la tristeza que le acompaña.  Sin embargo le debemos a las emociones, sean de alegría o de tristeza,  la más profunda consideración.

Bárbara Ehrenreich rescata el término aristotélico eudaimonia para referirse a otra manera de encuadrar el registro emocional sin prescindir de la vivencia del dolor: la plenitud del ser consiste en la aceptación de la vida, en lo bueno y en lo malo.

 

Psicóloga en Cáceres y Salamanca. Aurora Gardeta.