Varios medios de comunicación se hicieron eco de la noticia que recibí espantada bajo el siguiente titular:

La presidenta del Observatorio Contra la Violencia de Género del Consejo General del Poder Judicial, quiere acabar con una costumbre ancestral, la del PIROPO, afirmando «aunque sea bonito, es una invasión en la intimidad de la mujer y debe erradicarse».

Para empezar, quisiera iniciar con una primera reclamación y es que la autoría del piropo no le es exclusiva a la criatura del sexo masculino, por lo que entiendo que si tal expresión del deseo merece ser penalizado, debiera considerar del mismo modo la invasión de la intimidad de unas y otros. Matizado lo cual, inevitablemente me asalta la pregunta de qué atroz devastación puede provocar el piropo para merecer semejante trato.

Lo primero que se me ocurre proponer es que este postulado moralista esconde algo de relación con el pudor frente al deseo y su expresión. Pero no olviden ustedes que no hay mayor atentado contra él  que su doblegación a la esclavitud de la represión, que con pudor o sin él, es una de las fuentes generadoras de histeria desde que el mundo es mundo.

Y es que con la prohibición del piropo pretende la presidenta cargarse varios años de evolución de un plumazo. Y suscribo esta afirmación no por convicción propia (que también), sino porque en cualquier manual encontramos el hallazgo descubierto por el psicoanálisis de cómo el ser humano necesita al menos una década para desarrollar la capacidad de sublimación. La misma que nos permite transformar nuestros impulsos instintivos en una creación original evolucionada de ellos, y me atrevo a afirmar que el piropo es un testimonio de esta contribución.

Además, quisiera permitirme otra licencia: la de defender la cualidad del virtuosismo que acompaña a la elaboración del piropo, para la que se precisa de la función civilizadora de la palabra, que dicho con mayor o menor elegancia, es un representante del paradigma de la apetencia.

Así que reitero mi defensa con convencimiento de la solemnidad del piropo, que tasado por la realidad, regulado por el placer y modulado por la respuesta de los demás, cursa con saludable naturalidad y sin compromiso alguno, en un juego de humor que implica al otro en la alabanza de sus atributos.

La palabra es el arma de los humanos para aproximarse unos a otros. Ana María Matute

 

Psicóloga en Cáceres y Salamanca. Aurora Gardeta.