Ya han pasado muchos años desde que los primeros manuales diagnósticos para las enfermedades mentales catalogasen como desviación sexual a cualquier orientación diferente a la heterosexualidad, considerándola un trastorno grave.

Cierto es que el criterio  estadístico de “normalidad” entendido como el mayor número de individuos de una categoría, siempre ha considerado que lo más frecuente era donde se encontraba el equilibrio. Sin embargo en cuanto a la sexualidad se refiere, la evolución de las sociedades y su mentalidad se fueron progresivamente abriendo.

Así empezaron a incluirse  términos como la homosexualidad y bisexualidad, esta vez como elecciones sexuales y no como desviaciones. Pero estos tres prefijos griegos (hetero, homo, bi)  implicaban una restricción: solo tenían en cuenta el sexo biológico de la pareja sexual y de nuevo dejaba fuera a otra parte importante de la población, por lo que fue necesario ampliar el abanico.

Así pues, en el panorama actual nos encontrarnos con una gran variabilidad de términos como demisexualidad (atracción sexual posterior a un vínculo afectivo), lithsexualidad (atracción sexual hacia personas sin necesidad de ser correspondidas), pansexualidad (atracción sexual hacia personas con independencia de su sexo biológico o identidad sexual), autosexualidad  (la atracción sexual hacia uno mismo),  asexualidad (ausencia de atracción sexual).

Llegados a este punto, y tras semejante abrumadora lista, me pregunto cuán clarificador resultan estos esfuerzos por definir la sexualidad en todos sus aspectos si para tal cometido terminamos creando más nombres que individuos y resulta necesario incluir un último término: la  ANTROSEXUALIDAD para definir a aquellas personas que no saben con qué categoría identificarse.

Se me ocurre definir este fenómeno alrededor de la sexualidad como el “efecto chicle”: de tanto estirar el concepto, termina por romperse.

Tengo la impresión de que la esencia original del propio concepto de la sexualidad, en su simpleza, es más que suficiente para explicarse a sí misma y si le devolvemos todo su poder ya no requiere de más explicación.

Psicóloga en Cáceres y Salamanca. Aurora Gardeta.