Mentir es una forma de comunicación dirigida a un objetivo (el hacer creer a otra persona nuestro engaño), a diferencia del resto de comunicaciones que establecemos con los demás, que aparecen de manera espontánea. De hecho la actuación artificial, la supresión de indicadores asociados al engaño  como la inhibición de los gestos y la desviación del estilo comunicativo habitual son algunos de los índices descubiertos por Zuckerman y Rosenthal en su estudio de los años 80 y de Buller y Burgoon una década más tarde.

Por tanto mentir requiere de una estrategia para no levantar sospechas y una manipulación de la información aportada.  En resumen, un esfuerzo cognitivo, emocional y comportamental mayor del que utilizamos al decir la verdad. Es por ello que las personas que mienten tienen más errores en el habla, necesitan hacer más pausas y su discurso es más breve.

Otro de los indicadores que muestran las investigaciones coincide con las mismas respuestas fisiológicas que tenemos cuando estamos en una situación de peligro como son la dilatación pupilar, la voz más aguda o el exceso de movilidad corporal.

Como en otras situaciones en las que nos ponemos nerviosos, la risa, conductas como rascarse o juguetear con un objeto son otras de las señales.

Al mentir pueden surgir  emociones que la desvelasen (vergüenza, culpa por mentir, miedo a ser descubierto), que en un intento por evitar que nos delaten pueden generar comportamientos compensatorios como inhibir el nerviosismo mostrándonos más calmados de lo habitual, disminuyendo las gesticulaciones que acompañan al discurso, evitar la mirada o el distanciamiento (verbal y no verbal).

Y por último, entre los  indicadores menos intuitivos estarían los mensajes ambiguos, la vaguedad en el discurso,  un mayor número de referencias a los demás y conductas protectoras de la imagen como asentir con la cabeza.

 

Psicóloga en Cáceres y Salamanca. Aurora Gardeta.