A todos los Asperger que pueblan nuestras vidas.

Colóquense en sus asientos, seleccionen el género comedia, incluyan 3 físicos y un ingeniero y… comienza el espectáculo. Bienvenidos a Big Bang Theory. ¿Les parece una mezcla entre lo absurdo y lo genial?

Pues quizás se sorprendan si les digo que la realidad supera la ficción, y que su personaje más singular, -les presento a Sheldon Cooper- no solo responde a un guión diseñado para hacer reír, sino que ha sido cuidadosamente elaborado para caricaturizar el Síndrome de Asperger. Incluso me atrevo a pronosticar que más de uno reconocerá en este retrato a algún que otro allegado.

Empecemos pensando en alguien inteligente, probablemente brillante en algún área de conocimiento, dedicado profesionalmente a la informática, las matemáticas, o como nuestros personajes, la ingeniería o la física. Y es que con frecuencia elegimos el trabajo movilizados por nuestra personalidad, siendo en este caso las ciencias, cuantificables, racionales y estructuradas, una extensión de la dinámica inconsciente que subyace al Asperger.

Su lenguaje es formal e hiperrealista, desprovisto de las ironías o dobles sentidos de nuestras expresiones, para ellos incomprensibles.

En sus frases aparecen particularidades que llaman la atención como puede ser un uso indiscriminado del “correcto” hasta en las conversaciones más coloquiales, tiñéndolas de un aspecto robótico  cual código binario.

Las palabras son para ellos un sello de garantía, así que no subestimen sus propósitos si un buen día les dicen que dentro de un mes irán a visitarles. Aunque no vuelvan a tener noticias suyas hasta el día de antes, más vale que vayan preparando su llegada. A diferencia del resto de la humanidad, neurótica por defecto,  ellos no necesitan confirmación porque para ellos no hay dudas sino certezas, y lo literal no necesita de más  explicación.

Ocupan gran parte de su tiempo en pensar o hablar sobre sus intereses, ajenos a la situación que les rodea, pudiendo apelar a la filosofía Kantiana en la barra de un bar o irrumpir en una conversación de resaca con un comentario del estado de la bolsa. La intuición para interpretar los sentimientos de las otras personas no está entre sus cualidades.

Elevan a la categoría de lo importante la más banal de las actividades, con un argumento saturado de lógica: del tradicional juego de piedra-papel o tijera al complejo piedra-papel-tijera-lagarto-spock, “porque las pruebas empíricas demuestran que con el primero, los que se conocen empatan del 75 al 80% de las veces por el limitado número de resultados”.

Sus esquemas son rígidos e inflexibles, y su tabla de salvación las rutinas a las que se acogen, aportándoles seguridad en un mundo cambiante que les amenaza: a la puerta se llama 3 veces y el primer cojín del sofá es un lugar intransferible.

Prescinden con facilidad del contacto íntimo, ya que pocas son las personas capaces de captar su atención a un nivel emocional o primitivo. Su única novia es el conocimiento, y su amante la teoría que lo sustenta.

Ninguna decisión es arbitraria y todo está rigurosamente fundamentado, como no limpiarse las manos en los secadores de aire de los lavabos porque son incubadoras que escupen cientos de bacterias y sería más higiénico que un mono les secara las manos a estornudos.

Con su inocente sinceridad desbordante, que roza el despropósito, a menudo ofenden a los demás para su sorpresa, no entendiendo cómo alguien se puede molestar si antes de decirle que le parece una mente mediocre matizó:con el debido respeto.

Psicóloga en Cáceres y Salamanca. Aurora Gardeta.