Geno es una mujer independiente, de espíritu fuerte y luchadora, que no se asusta fácilmente. Acostumbra a mirar los problemas de frente y centrarse en las soluciones pero… desde hace años lucha contra el único monstruo que aún no pudo vencer: al caer la noche y disponerse a dormir, cualquier ruido irrumpe su tranquilidad desatando imágenes de una persona entrando en su casa.

Sabe que aquello que oye no es más que el producto del silencio nocturno en el que todo resulta más nítido: un vecino que se levanta, unas cañerías que resuenan, el chasquido de la madera, su calle llena de vida… pero en su mente los ruidos se interpretan como el peligro más inminente.

Cuando Geno me habla de sus miedos ya ha probado diferentes maneras de desprenderse de ellos como encender la luz o conectar la radio. Todos los métodos que de forma autodidacta empleó por ahora, comparten una característica: huir del miedo. De manera que sigue asociando el peligro al momento de dormir pero lo dulcifica con lo que en psicología llamamos “elementos de seguridad”, es decir, agentes externos que vienen a socorrernos en un momento de angustia, y que aunque puedan aliviarla momentáneamente, contribuyen a alimentar el monstruo del miedo.

Descartadas esas vías, planteamos alternativas de afrontamiento con la esperanza de recuperar su descanso arrebatado entre las sombras: La primera: la habituación progresiva al miedo reproduciendo las condiciones en las que aparece (en su habitación, a oscuras, en posición yacente, permaneciendo sola y con grabaciones de ruidos) pero durante el día, como una forma de desasociar la pareja trampa: ruido-temor. Una vez el ruido deje de producir temor, podrá aplicarse el mismo condicionamiento durante la noche.

La segunda alternativa se formula como un contracondicionamiento que sustituya el vínculo ruido-miedo por ruido-relajación, como un ejercicio fácil de entrenar y con resultados visibles a corto plazo. Y la última: la distracción cognitiva, con el objetivo de sustituir los pensamientos fatales por otros que desvíen la atención del miedo en forma de ejercicio mental, como contar para atrás de tres en tres o nombrar elementos de la misma categoría (flores, capitales de países, prendas de vestir).

Sin embargo, ninguna de estas “recetas” llevaban su sello de identidad y cualquier artificio genérico podría resultar inútil en su caso. No hay nada más determinante y efectivo para una persona racional que su propia experiencia, así que había que buscar algo con lo que ella, y solo ella pudiera identificarse. La mente funciona por asociaciones, y si en esos momentos de temor forzamos a la memoria para que rescate situaciones vividas agradables y reales, pronto se activan otros recuerdos similares, que despiertan más y más departamentos inconscientes donde se alberga contenido similiar. Una buena forma de acabar el día: recreando anécdotas que nos hicieron reir, que nos dieron placer, que nos producen alegría en vez de temor.

…Y así es como Geno, valiente y decidida, logró destruir al monstruo que poco a poco se desvaneció en la oscuridad…

Psicóloga en Cáceres y Salamanca. Aurora Gardeta.