Si de algo podemos presumir los profesionales de la salud mental es de nuestra capacidad para crear todo tipo de categorías diagnósticas que expliquen el comportamiento humano. ¿Que estamos excesivamente preocupados? Trastorno obsesivo. ¿Que un niño es muy nervioso? Hiperactividad. ¿Que sufrimos un cambio en nuestra vida? Trastorno adaptativo. ¿Que una mujer se ve afectada por los cambios hormonales? Trastorno disfórico premenstrual. Y así podría escribir un sinfín de ejemplos.
Así que se me ocurre una humilde aportación, más clínica que científica, para seguir contribuyendo a tal cometido con un nuevo síndrome que bien podría llamarse: el papá Mc Donal.
Y por si tal nomenclatura no resulta suficientemente ilustrativa, me explico. Se trataría de aquellos padres (digo padres y no madres por una simple cuestión estadística), que tras un proceso de separación, están con sus hijos fines de semana alternos. Pero no me refiero a la parte cuantitativa del tiempo compartido, sino a la cualitativa. Esto es, padres que durante esos intervalos solo participan de tareas lúdicas, con grandes dosis de diversión y escaso atisbo de frustración. Las normas, horarios y límites desaparecen o simplemente son delegados en el progenitor custodio, dando lugar a una relación más parecida a la de un abuelo que consiente que a la de un padre que educa.
Normalmente tal distribución de roles familiares genera un apego superficial, gratificante a corto plazo, pero al igual que ocurre con la comida rápida, insalubre a largo.
Y no está de más recordar que dentro de todas las figuras representativas e influyentes en nuestras vidas, cualquier rol aparece duplicado: abuelos podemos tener hasta 4, tíos, primos, amigos, compañeros, parejas, profesores, incontables. Sin embargo, la única excepción de vinculaciones afectivas que no cuentan con sustitutos la encontramos en la figura materna y paterna.
Madre y padre no hay más que uno.
Psicóloga en Cáceres y Salamanca. Aurora Gardeta.
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