Son muchas las formas que adquiere la exigencia en la vida cotidiana y que se instaura en relación a nuestro ideal de perfección sin darnos cuenta. Cuando esto ocurre, aparecen grandes dosis de sufrimiento. Esa exigencia se cuela cuando nos encontramos con la dificultad para asumir nuestros errores (a veces a través de la culpa), en personas que se esfuerzan en exceso para hacer las cosas bien, con el perfeccionismo, cuando nos preocupamos por el orden, al asumir más responsabilidades de las que nos corresponden, o cuando nos adelantamos a situaciones que aún no han llegado para estar más preparados. Toda esa exigencia puede generar situaciones de estrés, sensación de agotamiento, dificultades para dormir o sensación de estar abrumado.